martes, 9 de octubre de 2007

De la Fuente: luz y sombra - de la columna de Ricardo Alemán

Repartió el poder como lo recomendó Zedillo, y empezó su exitosa gestión
Cuando el PRI dejó el poder, pasó a ser uno de los rectores con más autonomía
E n efecto, nadie puede regatear méritos a la gestión de Juan Ramón de la Fuente durante ocho años de rectorado al frente de la UNAM. Pero por esa razón vale recordar, ante el relevo en la Rectoría, que De la Fuente fue un rector impuesto por el gobierno de Ernesto Zedillo —para resolver el “montaje” que en abril de 1999 se fraguó con fines político-electorales y que paró por diez meses la Universidad—, y que significó una de las más groseras intervenciones a la autonomía universitaria, que llegó al extremo de derribar a un rector, Francisco Barnés.
Y es que en los últimos ocho años, la UNAM pasó de un escenario que la colocaba en el “peor de los mundos”, arruinada por un paro de nueve meses que se promovió desde el gobierno de Zedillo con fines político-electorales, a una impensable autonomía producto de la derrota del PRI en las elecciones del año 2000, para coquetear con la tentación de ser parte de un proyecto partidista en 2006 —el de López Obrador—, en cuyo hipotético gobierno ya había un lugar para el rector De la Fuente.
Por eso, la experiencia que vivió la UNAM en la más reciente década —desde la llegada a la Rectoría de Francisco Barnés de Castro, hasta el relevo de De la Fuente—, debe ser tomada en cuenta por los universitarios no sólo por los logros del saliente rector, sino por lo que significó para la autonomía universitaria la intromisión del gobierno, la tentación de De la Fuente de alinearse a otros hipotéticos gobiernos y, sobre todo, frente a la nada remota posibilidad de los “maximatos”.
La historia de esa peculiar crisis se remonta a la primera mitad de 1999, cuando el nuevo rector de la UNAM, Francisco Barnés de Castro, propuso un reglamento de pagos que había sido aprobado por el Consejo Universitario y que contaba con el aval del gobierno de Zedillo. A la propuesta de que los estudiantes pagaran una cuota de acuerdo a sus posibilidades económicas, surgió una protesta que se movía en las dos vertientes clásicas; que se atentaba contra la gratuidad de la educación y que era el primer paso para la privatización de la educación superior.
El conflicto se produjo cuando ya habían entrado en vigor las novedosas reglas electorales aprobadas en 1996, cuando el PRD ya había ganado el gobierno del Distrito Federal, y cuando Cuauhtémoc Cárdenas ya era el virtual candidato presidencial del PRD, quien tenía en la UNAM uno de sus principales bastiones de activismo y movilización. En la secretaría de Gobernación despachaba Francisco Labastida, señalado desde entonces como el precandidato presidencial de Ernesto Zedillo.
El 20 de abril de 1999, sectores universitarios agrupados en el Consejo General de Huelga decidieron parar de manera indefinida la UNAM, con lo que dio inicio un proceso de radicalización de ese movimiento, que pronto mostró indicios de que manos interesadas, ajenas a la actividad estudiantil y académica, se habían metido para prolongar de manera absurda el paro. El 21 de mayo Francisco Labastida renuncia a la secretaría de Gobernación y su lugar es ocupado por Diódoro Carrasco, el ex gobernador de Oaxaca, amigo cercano de Zedillo, al tiempo que se radicalizan aún más los grupos que mantenían parada la Universidad.
A la par que se extendía y radicalizaba el conflicto en la UNAM, los precandidatos presidenciales de los tres grandes partidos iniciaron su activismo —Fox, Labastida, Cárdenas, entre otros— y se confirmaba que la crisis universitaria había sido alimentada con fines político electorales, todo ante la pasividad del gobierno federal y esfuerzos titánicos del gobierno del Distrito Federal por impedir confrontaciones entre los “paristas” y la administración capitalina, que para la segunda mitad de 1999 ya estaban en manos de Rosario Robles, un símbolo de la lucha universitaria.
El presidente Zedillo se refirió a la crisis universitaria el 23, 25 y 27 de agosto, para decir que su gobierno no utilizaría bazucas para resolver el conflicto; regresó al tema el 1° de septiembre, pero el 22 de octubre de 1999, en la celebración del Día del Médico, frente a Juan Ramón de la Fuente, que entonces era secretario de Salud, Zedillo pronunció un discurso en el que prácticamente dibujó lo que sería la estrategia del gobierno para derribar al rector Francisco Barnés de Castro e imponer a Juan Ramón de la Fuente. Todo, claro, luego del domingo 7 de noviembre, fecha en la que sería electo candidato presidencial del PRI Francisco Labastida.
La estrategia que dibujó Zedillo ese 22 de octubre —discurso y disección de los que nos ocuparemos mañana—, se cumplió al pie de la letra; cayó Barnés de Castro, llegó a la Rectoría Juan Ramón de la Fuente y en febrero de 2000 la policía entró a la UNAM para restablecer las actividades. De la Fuente pactó con los grupos, hizo alianzas, repartió el poder como lo recomendó Zedillo, y empezó su exitosa gestión. La UNAM quedó a merced del gobierno de Zedillo.
Pero en julio de 2000, cuando el PAN de Vicente Fox ganó la elección presidencial, el rector Juan Ramón de la Fuente se encontró con la novedad de que su deuda de lealtad a Zedillo y el PRI —que llegaron a verlo como presidenciable—, ya no existía. Por una de esas piruetas de la política, De la Fuente tenía la libertad de ejercer, como pocos, la autonomía universitaria. Y esa libertad de gestión contribuyó de manera decidida a sus logros. Pasó de rector impuesto, a uno de los rectores con más autonomía, porque el PRI dejó el poder.
Pero al mismo tiempo aparecieron nuevas tentaciones de poder. Una vez reelecto en el gobierno de Fox, estrechó alianzas con un sector de la izquierda universitaria que convirtió en su ideal a Andrés Manuel López Obrador, De la Fuente vio la posibilidad de regresar a un hipotético nuevo gobierno, dizque de izquierda, como secretario de Estado. Con habilidad política, buena prensa y en silencio, colocó a la UNAM al servicio del candidato López Obrador. Pero le falló el cálculo. Aún así, en la crisis postelectoral, se cabildeó como presidente sustituto, ante la posibilidad de que se anulara la elección de 2006. Tampoco tuvo suerte. Pero hoy no son pocos los que auguran el inicio de un “maximato”. Pero eso, para mañana.

No hay comentarios: